Me han mandado para clase de filosofía escribir en una cápsula del
tiempo. Bueno, si te soy sincera no tendría por qué escribir
necesariamente una carta, pero en mi caso lo decidí así. Debíamos de
dejar algo de nosotros en la maldita cápsula y yo, en cambio, decidí
dejar una confesión. De hecho, si no hubiera llegado a tener una
confesión para ti, pasaría del tema. Nunca fui una alumna aplicada en
exceso, o cosa así. No me gustaban las clases, la gente y… Creo que
sobre todo no me gusta la gente.
Pero
ahí lo tienes: hice un descubrimiento. Una cavilación. Qué bonita es la
palabra cavilar, ¿cierto? Me siento súper inteligente cuando la uso;
como si en lugar de ser una adolescente de instituto fuera una chica
súper lista que hace cosas útiles para su planeta. Aunque este no es mi
planeta y no le debo nada. Aquí tienes mi confesión: soy una alienígena.
¿De dónde vengo? Pues ni idea, porque absolutamente toda mi vida he
estado en la Tierra.
Sé que vengo de
fuera porque soy una mujercilla verde, de tres ojos y en lugar de orejas
tengo la gramola de un tocadiscos. ¿Los tocadiscos tienen gramola? Cómo
si eso importara. Tampoco hay material biológico en los tocadiscos, así
que no los podría tener de orejas. Los tocadiscos no son orgánicos,
porque no están vivos. Cuando suena la música pienso en que, quizá, que
sean orgánicos o no tampoco importa demasiado, porque parecen vivos.
Como ya sabrás, tiene mucho más valor que algo que no tenga vida, la
aparente. Nosotros la mayoría de veces estamos muertos por dentro y en
cambio tenemos vida. Así que a fin de cuentas no nos diferenciamos tanto
de las gramolas.
Muchas veces me he
imaginado de color verde, porque es un tono muy bonito. Con la piel de
color verde o naranja. Y con tres ojos: dos ojos humanos y otro en la
frente. Ya sé que no soy la más original del mundo, pero queda muy bien
tener un ojo en la frente. Además, si no te gusta te puedes dejar
flequillo para que no se vea. Soy una alienígena porque me imagino de
esa forma en lugar de humana. Aunque ahora que lo pienso tal vez los
alienígenas tengan aspecto de humano y fracase en mi plan de irme a
vivir a otro planeta.
Bueno, esta carta la
escribo para que cuando la gente de mi planeta colonice la Tierra para
exterminar a la raza humana, sepan que estuve aquí. He pensado en
dejarles dibujos, también, porque tal vez no entiendan mi idioma. Pero
luego caí en la cuenta de que debería de ir a comprar lápices de madera.
Dibujar también se me da mal. A lo mejor ven mis representaciones
horribles y se piensan que me estoy riendo de ellos. Compis alienígenas,
si lográis descifrar el idioma humanoide español, no os quiero ofender.
Os echo de menos, aunque nunca nos hayamos conocido y comprendo, de
corazón, que los matéis a todos. ¿Quién en su sano juicio no querría
eliminar a la humanidad?
Sé que te has
comunicado conmigo, compi alienígena. Voy a ponerte nombre, ¿de
acuerdo? Para que esta carta se sienta menos fría. Te llamarás Charles,
porque suena súper pijo y yo sé que tienes que tener dinero para poder
mantener una nave espacial. Fue hace unas noches, Charles. Aquella
madrugada estaba llorando mucho porque mi vida era una mierda. Mamá
decía que eran cosas de la adolescencia, pero el asunto era (y sigue
siendo) demasiado intenso para ser únicamente adolescencia. Aquella
madrugada abrí mi tercer ojo, y vi de fuera cómo era la Tierra. Abrir el
tercer ojo en realidad era una tarea complicada: el mundo entero se
confabula para que no ocurra y, cuando tomas conciencia de tu alrededor,
solo te la niegan.
Tengo diecisiete
años, Charles, y a lo largo de todo lo que llevo viva, me he sentido
triste. He llegado a pensar que yo era la que estaba poseída por una
gramola y la gramola la que estaba viva de verdad. Porque joder,
Charles, aquella madrugada estuve llorando mucho. Pensar que tu vida no
tiene sentido, duele cantidad. No. Creo que me he expresado mal: aquella
madrugada lloraba porque sentía que mi vida no tenía el sentido que
quería darle. Mi vida no estaba vacía; era yo, que no podía hacer lo que
me gustaría de ella. Por eso me sentía como un amasijo sin forma.
Absolutamente siempre he tenido que hacer lo que esperaban de mí y la
recompensa que he recibido ha sido insatisfactoria.
Estudio y suspendo porque las clases no me llenan y la gente, en
general, tampoco lo hace. No paro de preguntarme por qué tengo que estar
horas y horas en un lugar en el que no me siento cómoda y donde no
incentivan de verdad mis intereses. Quiero que me enseñen a ser libre y a
pensar por mí misma; no quiero que me escupan conocimientos a la cara
para que con ellos sea un miembro productivo de esta sociedad. No quiero
ser un miembro productivo de esta sociedad, Charles, solo quiero ser
yo. Hola, mi nombre es Jimena y quiero ser yo misma. Me gustaría sentir
que la vida que vivo es mía. Los humanos, qué son tan crueles, se
encadenan a sí mismos los unos a los otros. ¿Y eso a quién beneficia? A
humanos con traje de chaqueta. Humanos de hidroeléctricas, del IBEX 35 y
a los propietarios de Bankia. Son unos terrícolas odiosos, porque se
dedican a juzgarlo todo desde su posición privilegiada, Charles. Espero
que sean los primeros a los que fulmines con tu rayo láser.
Aquella misma madrugada, llovía. Fue todo muy dramático, porque mis
lágrimas iban con el agua. Mis gritos, con los truenos. Toda yo fui
lluvia, y me sentí completa. Aquella madrugada fue la que más me sentí
yo misma porque me pude redescubrir como dueña de mis lágrimas. Era la
auténtica dueña de mi tristeza y esa tristeza era legítima. Cuando me
sentía desesperada porque todo lo que había vivido carecía de lógica,
solo me lanzaban el discurso de que exageraba. «Las cosas son así,
Jimena. La vida siempre ha sido así». A hacer eso, controlaban mi
realidad: su negativa eclipsaba mi perspectiva hasta terminar
distorsionándola. Entonces me convencían de que mi única finalidad era
convertirme en una adulta para llegar a fin de mes.
Cuando estaba ida por el llanto, rompí la ventana de mi habitación.
Entró la lluvia que empapó mi pijama. El agua estropeó los trabajos de
clase del escritorio y el viento me provocó una buena pulmonía, pero
mereció la pena. Vaya si mereció la pena. Aquella tristeza que
materializaba el agua, aquel frío que me calaba los huesos eran las
únicas cosas reales que experimentaba en años. Luego llegó la luz. Una
luz blanca me dejó ciega, y los vi. Me estabais tratando de abducir para
sacarme del infierno que era este maldito planeta. Me dio pena por
mamá, porque la quiero mucho. Si me lleváis lejos me gustaría que ella
se fuera conmigo aunque no sea autóctona de nuestro planeta. Mamá no se
merece vivir encerrada en los grilletes del planeta Tierra.
Luego me desperté con el desazón de que no me hubierais llevado con
vosotros. No sé qué pasó, pero mamá me dijo que tal vez actué como
sonámbula. Pero yo lo sentí tan real que… Mamá me dijo que no, que la
luz quizá fue la farola del parque, que brillaba mucho. Pero no. Pero
sí. También pensaba en que quizá estaba ya en mi planeta y todo lo
vivido en la Tierra había sido un sueño muy largo. Una existencia así,
no podía ser real. Un mundo como en el que estaba, tenía que ser una
farsa.
Charles, espero que mis
palabras puedan servir de algo. Venid pronto a por los alienígenas que
aún descansamos en la Tierra. Sacadnos de aquí, te lo imploro. No
sobreviviremos mucho más en un mundo repleto de rutina y obligaciones
inocuas. Sálvanos, Charles. Queremos regresar a nuestro planeta.
Queremos volver a ser dueños de nuestra vida.
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