martes, 18 de septiembre de 2018

Prólogo: De las promesas del Mundo etéreo



«Es al espectador, y no a la vida, a quien refleja realmente el arte».

El retrato de Dorian Grey, Oscar Wilde.


              Érase una vez un puñado de gotas de agua que vivían en la más alta de todas las nubes. En aquel grandioso lugar, había una promesa que motivaba a todas las aprendices de lluvia. «Llegará un día en el que os volveréis gordas, frías y relucientes. Entonces, cuando ocurra, caeréis de lleno al Mundo etéreo», dijo el señor de las alturas, y las gotas de agua se sintieron dichosas. «En el Mundo etéreo no habrá dolor, solo felicidad. Será vuestra recompensa al sinsentido de la vida», añadió de nuevo el señor de las alturas. 

              Así pues, pasaron días, y días, y más días. Hasta que llegó el momento. Muchas de ellas se convirtieron en lo que, a fin de cuentas, se hizo su objetivo: en gotas gordas, frías y relucientes. Fue entonces cuando se volvieron demasiado pesadas para estar sobre su nube. Cayeron al suelo arañando los cielos mientras emitían un chillido desgarrador. «El Mundo etéreo es un sitio horrible, nos mintieron» atinaron a pensar algunas de ellas, antes de impactar contra el asfalto.


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